lunes, 21 de marzo de 2011

Rojo y Negro.

 Las publicaciones rústicas de la infancia dejan una huella inolvidable en todo niño peronista, y en mi caso para que te cuento.  Estoy pensando en un enigmático dibujante llamado Vidal Dávila, sobre el que espero desarrollar algunas apreciaciones más adelante, y que era además un maestro en el uso de la bicromía.
En esta ocasión sólo lo menciono como fuente de inspiración para desarrollar una serie de ilustraciones que hice para un libro de fábulas de Ambrose Bierce (otro muchacho enigmático), editado por El Zorro Rojo, en Barcelona.  
La bicromía era un modesto recurso muy usado en épocas pretéritas por lograr una cierta dignidad visual y  compensar inteligentemente la carencia del offset a cuatro colores, de costo muy superior.
Basicamente quiere decir que uno le entrega al impresor una imagen dividida en dos partes.  Una es el tono negro propiamente dicho, y la otra es la que representa al color adicional, en este caso el rojo 535 de Pantone (una tabla universal de colores manejado por diseñadores e imprentas).  La máquina impresora los fusiona y aparece el resultado final.
Respecto de las imágenes en si, traté de evitar la coherencia, la unidad de estilo, toda esa chatarra, para buscar deliberadamente formas de diferente naturaleza, que dieran como resultado una especie de libro-muestrario.  En algunos casos pareciera surgir cierta cualidad litográfica, una especie de clima "Grupo de Boedo", años '30.  En fin, ese tipo de cosas tan enigmáticas para la gente de hoy.  Trabajé con gran energía y entusiasmo durante un mes, aunque dándome ciertas libertades para coquetear con el caos, cosa a los que somos tan afectos los nacidos en Haedo.  En ciertos momentos las imágenes rozan peligrosamente los territorios de la displicencia, pero nunca pierden la elegancia, como puede comprobarse rapidamente si uno tiene la capacidad de ver, además de mirar.   Durante la contienda estética sufrí varios sofocones que pude neutralizar arrojándome agua helada en la nuca, tomando largos sorbos de whisky barato, y desayunando huevos revueltos.  Al final, todo salió bien y el encuentro valió la pena.  Buenas tardes.



















sábado, 5 de marzo de 2011

Bob Schoenke, gran maestro.

En unos cuantos reportajes, entrevistas o cosas por el etilo, no dejo de insistir con una cuestión que siempre me ha preocupado, y que es ésa tendencia a obviar al arte
gráfico como primera e inevitable escuela de arte, en el sentido informal claro, que uno recibe en la vida.

Estoy hablando de mi generación y una cuantas subsiguientes o anteriores, no creo que el fenómeno se dé en estos días exactamente igual, pero en lo que a nosotros se refiere, el efecto fué arrollador.  Por estos tipos somos dibujantes.

En una entrada anterior, referido a esta misma cuestión, un lector del blog hace una contribución valiosa y esforzada, objetando este punto de vista.  Algunas de sus observaciones son compartidas por mi, aunque no su sentido general de la visión sobre el tema.  Ciertamente nadie se transforma en genio mediante el único recurso de publicar sus artesanías en diarios o revistas, así como tampoco nadie deviene artista trascendente por el mero hecho de pintar al óleo o hacer murales o instalaciones.  Ganapanes y modistos hay en ambas tribus.  Pero cuando aparece un maestro, y hay sensibilidad para detectarlo, se produce el shock.

Eso me pasó a mi cuando era un pibe y mi vieja me compraba la revista "Puño Fuerte", donde aparecía una historieta que literalmente me trastornaba, llamada "Laredo, ranger de Texas".  Ya de bastante grandote pude averiguar que el tipo que hacía esa maravilla se llamaba Bob Schoenke.  Era un trabajo seco, despojado, austero.  No sobraban ni trazos ni rayitas , sólo las necesarias, sólo lo imprescindible, lo justo, dejando un hálito de sugestión que hacia que uno "completara" el clima de cada cuadro.

Los argumentos eran de un cinismo y una crueldad que escapaba a las tendencias de la época, y en muchos casos las muchachas, todas ellas hermosas y
generalmente mexicanas (aunque había de todo) lo pasaban muy mal.  Esa mezcla de sadismo, erotismo y belleza era fatal para una salame picado fino de 9 años como era yo.  Me troquelaba el cerebro.  Las chicas eran azotadas, acuchilladas, atadas como matambres o baleadas.  Los forajidos eran fenomenalmente cínicos, súper crueles pero con un gran sentido del humor negro, se los adivinaba inteligentes.      
Sus historias siempre se desarrollan en la frontera mexicana, lo que le daba oportunidad de hacer intervenir todo tipo de personajes exóticos, además de mestizos, comancheros, indios, vendedores de armas, y por supuesto, muchos, muchos mexicanos.  Toda esa gente que se acumula en los bordes de algo.

Schoenke sentía una extraña devoción por los precipicios.  Gran dibujante del paisaje reseco del oeste, desplegaba una situación recurrente en sus historias.
Lo terrible, lo dramático pasaba siempre al borde de un precipicio.  Generalmente alguien colgaba de allí.  Hizo mil variantes con esta situación, y como era un dibujante fenomenal,  tenía una habilidad diabólica para elegir los puntos de vista o escorzos adecuados para helarte la sangre.  Transformó el precipicio en el lugar metafísico donde todo puede ocurrir.  Era el altar de las definiciones finales.

Aún hoy recuerdo una historia que me mantuvo en vilo durante semanas.
"Puño Fuerte" era una revista semanal, y ésa maldita situación duró alrededor de tres
semanas.  Yo había dejado de tomar la leche y  de escuchar a "Tarzan", por radio Splendid, a causa de la angustia.
La cosa era así: hay un "comanchero" (el flaco con cara de águila y sombrero puntiagudo que aparece en uno de los ejemplos que presento), con un puñal clavado en el pecho.  El mango sobresale unos 30 centímetros desde su chaqueta hacia afuera.
El flaco se balancea, aplastado contra la pared vertical de un terrible precipicio que se pierde a sus pies, por allá abajo.
Porqué no cae?  Muy simple.  Porque se aferra con mano de hierro al tobillo de un hermosa mexicana que también cuelga, y que era la que en definitiva le había clavado el cuchillo momentos antes.
Porqué no caen ambos, entonces?  Simplísimo.  Porque la muchacha mexicana es sostenida con mano firme por Laredo, ranger de Texas.
Laredo está en la parte superior y horizontal del precipicio, cara al cielo, con su brazo dado vuelta, sosteniendo con la mano la chica que cuelga, y lo que de ella a su vez cuelga.
Porqué no se traga el precipicio a los tres personajes?  Porqué Laredo está de espaldas?
Porque él, para evitar la catástrofe, clavó su espuela en el suelo rocoso.  Todos dependen de la resistencia de una espuela de bronce.  Una sola, es la única que tiene.
Durante las semanas que duró la situación, los tres personajes colgados conversan, se insultan, mienten, suplican, se cortejan, maldicen y sollozan.  Por supuesto, el desenlace es inevitable.  La espuela no aguanta más y se rompe...

Auténtico precursor de Sam Peckimpah, vaya desde aquí el homenaje a un verdadero maestro.  Dios sea loado y te perdone, Bob Schoenke.